
En casa de Blancanieves te llaman Enano, más o menos siete veces, y hay jabón de caramelo para lavarte las manos. Blancanieves tiene dos alfombras, un gato gigante que mueve el brazo y un sofá azul pitufo (no podría ser de otra manera). Dos veces en semana viene
Freddie Mercury a pasarle la aspiradora... más o menos.
En casa de Blancanieves hay toallitas húmedas, chicles rojos que no son de manzana, fotos (muchas fotos) y restos de ADN, pero esos ya los limpian Cenicienta y
Ariel cada mañana, con toallitas húmedas, masticando chicle y escuchando alguna de
Mecano. Pero las manchas salen mejor con permetrina... pienso yo.
En casa de Blancanieves hay muchas rayas. Y no son blancas. Son naranjas, más o menos.
La noche que conocí a Blancanieves iba disfrazada de leñador. Pero eso era en el cuento de Caperucita y el lobo, ¿o no? Es que con caperuza duele menos, sácate la cosa dura que tienes en el bolsillo. Esta vez no se trataba de un lobo, ni de un zorro... Creo que era un periodista del
New York Times, o al menos eso me pareció a mí.
O a lo mejor era una chica Hermida con peluca y acento andaluz.
Contrae el diafragma de tu cámara nueva, que yo te sujeto la mandíbula. Sé que te gustó como lo hice anoche.